[1003] • JUAN PABLO II (1978-2005) • ESPIRITUALIZACIÓN Y DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE EN LA FUTURA RESURRECCIÓN DE LOS CUERPOS
Alocución Alla risurrezione, en la Audiencia General, 9 diciembre 1981
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1. “En la resurrección... ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como ángeles en el cielo” (Mt 22, 30; análogamente Mc 12, 25). “Son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección” (Lc 20, 36).
Tratemos de comprender estas palabras de Cristo referentes a la resurrección futura, para sacar de ellas una conclusión sobre la espiritualización del hombre diferente de la que se da en la vida terrena. Se podría hablar aquí incluso de un sistema perfecto de fuerzas en las relaciones recíprocas entre lo que en el hombre es espiritual y lo que es corpóreo. El hombre “histórico”, como consecuencia del pecado original, experimenta una imperfección múltiple de este sistema de fuerzas, que se manifiesta en las bien conocidas palabras de San Pablo: “Siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente” (Rom 7, 23).
El hombre “escatológico” estará libre de esa “oposición”. En la resurrección, el cuerpo volverá a la perfecta unidad y armonía con el espíritu: el hombre no experimentará más la oposición entre lo que en él es espiritual y lo que es corpóreo. La “espiritualización” significa no sólo que el espíritu dominará al cuerpo, sino, diría, que impregnará plenamente al cuerpo y que las fuerzas del espíritu impregnarán las energías del cuerpo.
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2. En la vida terrena, el dominio del espíritu sobre el cuerpo –y la simultánea subordinación del cuerpo al espíritu–, como fruto de un trabajo perseverante sobre sí mismo, puede expresar una personalidad espiritualmente madura; sin embargo, el hecho de que las energías del espíritu logren dominar las fuerzas del cuerpo, no quita la posibilidad misma de su recíproca oposición. La “espiritualización” a la que aluden los evangelios sinópticos (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 34-35) en los textos aquí analizados está ya fuera de esta posibilidad. Se trata, pues, de una espiritualización perfecta, en la que queda completamente eliminada la posibilidad de que “otra ley luche contra la ley de la... mente” (cf. Rom 7, 23). Este estado, que –como es claro– se diferencia esencialmente (y no sólo en grado) de lo que experimentamos en la vida terrena, no significa, sin embargo, “desencarnación” alguna del cuerpo ni, consiguientemente, una “deshumanización” del hombre. Más aún, significa, por el contrario, su “realización” perfecta. Efectivamente, en el ser compuesto, psicosomático, que es el hombre, la perfección no puede consistir en una oposición recíproca del espíritu y del cuerpo, sino en una profunda armonía entre ellos, salvaguardando el primado del espíritu. En el “otro mundo”, este primado se realizará y manifestará en una espontaneidad perfecta, carente de oposición alguna por parte del cuerpo. Sin embargo, esto no hay que entenderlo como una “victoria” definitiva del espíritu sobre el cuerpo. La resurrección consistirá en la perfecta participación, por parte de todo lo corpóreo del hombre, en lo que en él es espiritual. Al mismo tiempo consistirá en la realización perfecta de lo que en el hombre es personal.
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3. Las palabras de los sinópticos atestiguan que el estado del hombre en el “otro mundo” será no sólo un estado de perfecta espiritualización, sino también de fundamental “divinización” de su humanidad. Los “hijos de la resurrección” –como leemos en Lucas 20, 36– no sólo “son semejantes a los ángeles”, sino que también “son hijos de Dios”. De aquí se puede sacar la conclusión de que el grado de espiritualización, propia del hombre “escatológico”, tendrá su fuente en el grado de su “divinización”, incomparablemente superior a la que se puede conseguir en la vida terrena. Es necesario añadir que aquí se trata no sólo de un grado diverso, sino, en cierto sentido, de otro género de “divinización”. La participación en la naturaleza divina, la participación en la vida íntima de Dios mismo, penetración e impregnación de lo que es esencialmente humano por parte de lo que es esencialmente divino, alcanzará entonces su vértice, por lo cual la vida del espíritu humano llegará a una plenitud tal que antes le era absolutamente inaccesible. Esta nueva espiritualización será, pues, fruto de la gracia, esto es, de la comunicación de Dios en su misma divinidad, no sólo al alma, sino a toda la subjetividad psicosomática del hombre. Hablamos aquí de la “subjetividad” (y no sólo de la “naturaleza”) porque esa divinización se entiende no sólo como un “estado interior” del hombre (esto es, del sujeto), capaz de ver a Dios “cara a cara”, sino también como una nueva formación de toda la subjetividad personal del hombre a medida de la unión con Dios en su misterio trinitario y de la intimidad con Él en la perfecta comunión de las personas. Esta intimidad –con toda su intensidad subjetiva– no absorberá la subjetividad personal del hombre, sino, al contrario, la hará resaltar en medida incomparablemente mayor y más plena.
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4. La “divinización” en el “otro mundo” indicada por las palabras de Cristo aportará al espíritu humano una tal “gama de experiencias” de la verdad y del amor, que el hombre nunca habría podido alcanzar en la vida terrena. Cuando Cristo habla de la resurrección, demuestra al mismo tiempo que en esta experiencia escatológica de la verdad y del amor, unida a la visión de Dios “cara a cara” participará también, a su modo, el cuerpo humano. Cuando Cristo dice que los que participen en la resurrección futura “ni se casarán ni serán dadas en matrimonio” (Mc 12, 25), sus palabras –como ya hemos observado antes– afirman no sólo el final de la historia terrena, vinculada al matrimonio y a la procreación, sino también parecen descubrir el nuevo significado del cuerpo. En este caso, ¿es quizá posible pensar –a nivel de escatología bíblica– en el descubrimiento del significado “esponsalicio” del cuerpo, sobre todo como significado “virginal” de ser, en cuanto al cuerpo, varón y mujer? Para responder a esta pregunta que surge de las palabras referidas por los sinópticos, conviene penetrar más a fondo en la esencia misma de lo que será la visión beatífica del Ser divino, visión de Dios “cara a cara” en la vida futura. Es preciso también dejarse guiar por esa “gama de experiencias” de la verdad y del amor que sobrepasa los límites de las posibilidades cognoscitivas y espirituales del hombre en la temporalidad, y de la que será partícipe en el “otro mundo”.
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5. Esta “experiencia escatológica” del Dios viviente concentrará en sí no sólo todas las energías espirituales del hombre, sino que al mismo tiempo le descubrirá, de modo vivo y experimental, la “comunicación” de Dios a toda la creación, y en particular al hombre; lo cual es el “don” más personal de Dios en su misma divinidad al hombre; a ese ser que desde el principio lleva en sí la imagen y semejanza de Él. Así, pues, en el “otro mundo”, el objeto de la “visión” será ese misterio escondido desde la eternidad en el Padre, misterio que en el tiempo ha sido revelado en Cristo para realizarse incesantemente por obra del Espíritu Santo; ese misterio se convertirá, si nos podemos expresar así, en el contenido de la experiencia escatológica y en la “forma” de toda la existencia humana en las dimensiones del “otro mundo”. La vida eterna hay que entenderla en sentido escatológico, esto es, como plena y perfecta experiencia de esa gracia (charis) de Dios, de la que el hombre se hace partícipe, mediante la fe, durante la vida terrena, y que, en cambio, no sólo deberá revelarse a los que participarán del “otro mundo” en toda su penetrante profundidad, sino ser también experimentada en su realidad beatificante.
Suspendemos aquí nuestra reflexión, centrada en las palabras de Cristo relativas a la futura resurrección de los cuerpos. En esta “espiritualización” y “divinización”, de las que el hombre participará en la resurrección, descubrimos –en una dimensión escatológica– las mismas características que calificaban el significado “esponsalicio” del cuerpo; las descubrimos en el encuentro con el misterio del Dios viviente, que se revela mediante la visión de Él “cara a cara”.
[Enseñanzas 10, 221-223]
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1. “Alla risurrezione... non si prende né moglie né marito, ma si è come angeli nel cielo” (1). “Sono uguali agli angeli e, essendo figli della risurrezione, sono figli di Dio” (2).
Cerchiamo di comprendere queste parole di Cristo riguardanti la futura risurrezione, per trarne una conclusione sulla spiritualizzazione dell’uomo, differente da quella della vita terrena. Si potrebbe qui parlare anche di un perfetto sistema di forze nei rapporti reciproci tra ciò che nell’uomo è spirituale e ciò che è corporeo. L’uomo “storico”, in seguito al peccato originale, sperimenta una molteplice imperfezione di questo sistema di forze, che si manifesta nelle ben note parole di San Paolo: “Nelle mie membra vedo un’altra legge, che muove guerra alla legge della mia mente” (3).
L’uomo “escatologico” sarà libero da quella “opposizione”. Nella risurrezione il corpo tornerà alla perfetta unità ed armonia con lo spirito: l’uomo non sperimenterà più l’opposizione tra ciò che in lui è spirituale e iò che è corporeo. La “spiritualizzazione” significa non soltanto che lo spirito dominerà il corpo, ma, direi, che esso permeerà pienamente il corpo, e che le forze dello spirito permeeranno le energie del corpo.
1. Matth. 22, 30; etiam Marc. 12, 25.
2. Luc. 20, 36.
3. Rom. 7, 23.
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2. Nella vita terrena, il dominio dello spirito sul corpo –e la simultanea subordinazione del corpo allo spirito– può, come frutto di un perseverante lavoro su se stessi, esprimere una personalità spiritualmente matura; tuttavia, il fatto che le energie dello spirito riescano a dominare le forze del corpo non toglie la possibilità stessa della loro reciproca opposizione. La “spiritualizzazione”, a cui alludono i Vangeli sinottici (4) nei testi qui analizzati, si trova già fuori di tale possibilità. È dunque una spiritualizzazione perfetta, in cui viene completamente eliminata la possibilità che “un’altra legge muova guerra alla legge della... mente” (5). Questo stato che –come è evidente– si differenzia essenzialmente (e non soltanto riguardo al grado) da ciò che sperimentiamo nella vita terrena, non significa tuttavia alcuna “disincarnazione” del corpo né, di conseguenza, una “disumanizzazione” dell’uomo. Anzi, al contrario, significa la sua perfetta “realizzazione”. Infatti, nell’essere composto, psicosomatico, che è l’uomo, la perfezione non può consistere in una reciproca opposizione dello spirito e del corpo, ma in una profonda armonia fra loro, nella salvaguardia del primato dello spirito. Nell’“altro mondo”, tale primato verrà realizzato e si manifesterà in una perfetta spontaneità, priva di alcuna opposizione da parte del corpo. Tuttavia ciò non va inteso come una definitiva “vittoria” dello spirito sul corpo. La risurrezione consisterà nella perfetta partecipazione di tutto ciò che nell’uomo è corporeo a ciò che in lui è spirituale. Al tempo stesso consisterà nella perfetta realizzazione di ciò che nell’uomo è personale.
4. Matth. 22, 30; Marc. 12, 25; Luc. 20, 34-35.
5. Cfr. Rom. 7, 23.
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3. Le parole dei Sinottici attestano che lo stato dell’uomo nell ’“altro mondo” sarà non soltanto uno stato di perfetta spiritualizzazione, ma anche di fondamentale “divinizzazione” della sua umanità. I “figli della risurrezione” –come leggiamo in Luca 20, 36– non soltanto “sono uguali agli angeli”, ma anche “sono figli di Dio”. Si può trarne la conclusione che il grado della spiritualizzazione, proprio dell’uomo “escatologico”, avrà la sua fonte nel grado della sua “divinizzazione”, incomparabilmente superiore a quella raggiungibile nella vita terrena. Bisogna aggiungere che qui si tratta non soltanto di un grado diverso, ma in certo senso di un altro genere di “divinizzazione”. La partecipazione alla natura divina, la partecipazione alla vita interiore di Dio stesso, penetrazione e permeazione di ciò che è essenzialmente umano da parte di ciò che è essenzialmente divino, raggiungerà allora il suo vertice, per cui la vita dello spirito umano perverrà ad una tale pienezza, che prima gli era assolutamente inaccessibile. Questa nuova spiritualizzazione sarà quindi frutto della grazia, cioè del comunicarsi di Dio, nella sua stessa divinità, non soltanto all’anima, ma a tutta la soggettività psicosomatica dell’uomo. Parliamo qui della “soggettività” (e non solo della “natura”), perchè quella divinizzazione va intesa non soltanto come uno “stato interiore” dell’uomo (cioè: del soggetto), capace di vedere Dio “a faccia a faccia”, ma anche come una nuova formazione di tutta la soggettività personale dell’uomo a misura dell’unione con Dio nel suo mistero trinitario e dell’intimità con Lui nella perfetta comunione delle persone. Questa intimità –con tutta la sua intensità soggettiva– non assorbirà la soggettività personale dell’uomo, anzi al contrario, la farà risaltare in misura incomparabilmente maggiore e più piena.
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4. La “divinizzazione” nell’“altro mondo”, indicata dalle parole di Cristo, apporterà allo spirito umano una tale “gamma di esperienza” della verità e dell’amore che l’uomo non avrebbe mai potuto raggiungere nella vita terrena. Quando Cristo parla della risurrezione, dimostra al tempo stesso che a questa esperienza escatologica della verità e dell’amore, unita alla visione di Dio “a faccia a faccia”, parteciperà anche, a modo suo, il corpo umano. Quando Cristo dice che coloro i quali parteciperanno alla futura risurrezione “non prenderanno moglie né marito” (6), le sue parole –come già prima fu osservato– affermano non soltanto la fine della storia terrena, legata al matrimonio e alla procreazione, ma sembrano anche svelare il nuovo significato del corpo. È forse possibile, in questo caso, pensare –a livello di escatologia biblica– alla scoperta del significato “sponsale” del corpo, soprattutto come significato “verginale” di essere, quanto al corpo, maschio e femmina? Per rispondere a questa domanda, che emerge dalle parole riportate dai Sinottici, conviene penetrare più a fondo nell’essenza stessa di ciò che sarà la visione beatifica dell’Essere Divino, visione di Dio “a faccia a faccia” nella vita futura. Occorre anche farsi guidare da quella “gamma di esperienza” della verità e dell’amore, che oltrepassa i limiti delle possibilità conoscitive e spirituali dell’uomo nella temporalità, e di cui egli diverrà partecipe nell’“altro mondo”.
6. Marc. 12, 25.
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5. Questa “esperienza escatologica” del Dio Vivente concentrerà in sè non soltanto tutte le energie spirituali dell’uomo, ma, allo stesso tempo, svelerà a lui, in modo vivo e sperimentale, il “comunicarsi” di Dio a tutto il creato e, in particolare, all’uomo; il che è il più personale “donarsi” di Dio, nella sua stessa divinità, all’uomo: a quell’essere, che dal principio porta in sè l’immagine e somiglianza di Lui. Così, dunque, nell’“altro mondo” l’oggetto della “visione” sarà quel mistero nascosto dall’eternità nel Padre, mistero che nel tempo è stato rivelato in Cristo, per compiersi incessantemente per opera dello Spirito Santo; quel mistero diverrà, se così ci si può esprimere, il contenuto dell’esperienza escatologica e la “forma” dell’intera esistenza umana nella dimensione dell’“altro mondo”. La vita eterna va intesa in senso escatologico, cioè come piena e perfetta esperienza di quella grazia (= charis) di Dio, della quale l’uomo diviene partecipe mediante la fede durante la vita terrena, e che invece dovrà non soltanto rivelarsi a coloro i quali parteciperanno dell’“altro mondo” in tutta la sua penetrante profondità, ma esser anche sperimentata nella sua realtà beatificante.
Qui sospendiamo la nostra riflessione centrata sulle parole di Cristo relative alla futura risurrezione dei corpi. In questa “spiritualizzazione” e “divinizzazione”, a cui l’uomo parteciperà nella risurrezione, scopriamo –in una dimensione escatologica– le stesse caratteristiche che qualificavano il significato “sponsale” del corpo; le scopriamo nell’incontro col mistero del Dio vivente, che si svela mediante la visione di Lui “a faccia a faccia”.
[Insegnamenti GP II, 4/2, 880-883]